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1308. Viernes, 5 diciembre, 2008
Capítulo Milésimo tricentésimo octavo: "La persona que no tiene secretos para su pareja, una de dos, o no tiene pareja o no tiene secretos. Y en ninguno de los dos casos me parece una persona envidiable” (Maurice Chevalier, 1888–1972; cantante francés) Lleva ya unos años siendo superventas en varios países del mundo y parece que en el 2008 tampoco se quedará atrás. Es el rapex, un dispositivo dentado en forma de tampón destinado a ser introducido en la vagina, que está siendo el regalo estrella de estas navidades. El aparatito en cuestión, fabricado en Sudáfrica, está dotado de unos dientes similares a los de un tiburón que se agarran al pene de quien intente forzar una relación sexual. Sólo puede ser quitado por un médico utilizando cirugía. La intención no puede ser mejor: evitar abusos y violaciones a las mujeres y, además, poder detener fácilmente al agresor. Sin embargo, sabiendo lo despistados que solemos ser las personas humanas para ciertas cosas y, sobre todo, teniendo en cuenta el pequeño detalle que acompaña a sus instrucciones: “ uno se lo pone y gracias a su extraordinaria comodidad se olvidará completamente de que lo lleva"... qué queréis que os diga, yo miraría varias veces antes de. Y a partir de ya. Hasta el martes.
1307. Jueves, 4 diciembre, 2008
Capítulo Milésimo tricentésimo séptimo: "El poder es como un explosivo: o se maneja con cuidado, o estalla" (Enrique Tierno Galván, 1918-1986; político español)Alfred Hitchcock estaba tan obsesionado con Tippi Hendren que se vengó cruelmente de ella por haberlo rechazado durante el rodaje de “ Los pájaros”. En una de las escenas, enormes pájaros de madera atacaban a Tippi, pero ninguna toma le parecía bien al director... hasta que uno de los pájaros golpeó a la actriz en un ojo produciéndole una buena brecha y un desprendimiento de retina. Mientras Tippi iba camino del hospital, Hitchcock gritó: “ !corten, ha sido buena!”. A veces tengo la sensación de que algunos jefes se parecen demasiado a Hitchcock cuando, empeñados en que hagamos y rehagamos informes, sólo acabaran de darles su visto bueno el día en que el autor esté camino del hospital. Que no sería el primero que termina en urgencias por haberse cortado la córnea con el filo de una hoja de papel. Doy fe.
1306. Miércoles, 3 diciembre, 2008
Capítulo Milésimo tricentésimo sexto: "Meter la psicología en todo es carecer de psicología". (Henri Michaux, 1899 - 1984; poeta y pintor francés) Reconozco que una parte de mi total animadversión a los psicólogos es visceral. Pero también es verdad que cada vez voy encontrando más razones para poder justificar esa animadversión de una forma lógica. Con el paso del tiempo, no sólo me he convencido de lo inútil que es perder el tiempo en la consulta de uno de estos profesionales -por muy cargado de masters que tenga su currículo-, sino que cada vez estoy más seguro de que, escondidos tras las tareas más dispares, hay gente con un talento asombroso en el (para mi imposible) arte de escuchar a los demás, de comprenderles y de orientarles. En un taxi, detrás de la barra de un bar, conduciendo una furgoneta o simplemente sentado en un banco del parque... cualquier sitio es bueno. Lo difícil es dar con la persona adecuada. Pero hay gente con un talento natural para detectar el estado de ánimo de los demás, para lograr que desembuchen sus problemas alrededor, por ejemplo, de una taza de café y para ayudar a resolver unos conflictos que la mayor parte de las veces no serían tales si la empatía, una cualidad que nada tienen que ver con la inteligencia de cada uno, nos funcionara como debiera. Aunque sólo fuera de vez en cuando.
1305. Martes, 2 diciembre, 2008
Capítulo Milésimo tricentésimo quinto: "Preveo la desaparición del canibalismo. El hombre está asqueado del hombre". (Stanislaw Jerzy Lec 1909-1966; poeta polaco)Basta echar un vistazo estos días (y los que nos quedan) por el centro de cualquier ciudad para darse cuenta que la Navidad es una locura colectiva. Y no lo digo en plan metafórico: cada vez estoy más convencido de que, llegando diciembre, se nos sueltan unos cuantos cables dentro de la mollera y necesitamos urgentemente alguien que nos arregle el desbarajuste. Observando el hormiguero de gente entrando y saliendo de las tiendas, da la sensación de que son muchos los que tienen como mascota a una gallina que les pone huevos de oro cada noche; el panorama de gente transportando paquetes y bolsas es lo más parecido a esas imágenes de los telediarios en que la población hace acopio de víveres para afrontar el paso de un huracán; paseando por cualquier calle comercial uno tienen la impresión de estar viviendo en una de esas monarquías petrolíferas donde todos están forrados y ya no saben en qué gastarse el dinero. Hacer regalos con moderación (y criterio) es agradable; pero llevado a los extremos grotescos en que lo estamos haciendo empieza a dar un poco de dentera. Además, en Navidad, sucede otra cosa que me tiene desconcertado, y no me estoy refiriendo a la clonación en cada esquina de un Santa Claus (alguien debería explicar que no es él quien nace cada Navidad) sino por lo extraño que se vuelve el personal en esta época. Gente que en otro momento del año se harían los miopes o los distraídos para no saludarte, que no pararían ni para recogerte de la cuneta nevada de una carretera secundaria (aunque estuviera anocheciendo y se escuchara, de fondo, el aullido de los lobos), ahora te da dos besos y te desea prosperidad y felicidad. Tengo un amigo que mantiene la teoría de que todas esas criaturas súbita y aterradoramente simpáticas han salido de la ornamentación callejera con la que todos los ayuntamientos se empeñan en obsequiarnos llegadas estas fechas. Dice que el día que vea la película “ La invasión de los ladrones de ultracuerpos” sabré con exactitud a que se refiere.
1304. Lunes, 1 diciembre, 2008
Capítulo Milésimo tricentésimo cuarto: “Quien para mear tiene prisa, acaba por mearse la camisa". (Refrán español)Junio 2008, excursión del imserso, tres señoras entre los sesenta y cinco y setenta y cinco años comparten la misma habitación de hotel en Benicasim. Después de una cena buffet y algún que otro baile para caderas perjudicadas las tres se van a la cama. Cerca de las dos y media de la madrugada una de ellas se levanta sigilosamente al servicio, no se aguanta las ganas de mear pero no quiere despertar a sus compañeras de habitación que están durmiendo en las camas de al lado. Decide no encender la luz y llega tanteando lo que puede hasta la taza del retrete. Se sube el camisón y, dispuesta a aliviarse, se sienta en ella orgullosa de no haber tropezado con nada por el camino. Mientras eso ocurre, otra de las tres compañeras tiene la misma idea y empieza a recorrer el mismo trayecto, también completamente a oscuras y también lo más silenciosa que puede. Con esfuerzo llega a la taza y se sienta en ella... justo encima de su compañera. Los gritos de ambas, descritos por algunos de los huéspedes del hotel como alaridos de otro mundo, están a punto de romper varios cristales de los edificios cercanos. Resultado final: una de ellas con crisis nerviosa (que sólo pudo ser atajada con los correspondientes ansiolíticos a discreción), otra con un buen golpe en glúteo izquierdo (convenientemente amortiguado por la abundante acumulación de grasa en el mismo) y una tercera, la que aún no se había levantado de la cama, mi madre, que después del susto inicial acabó meándose –literalmente- de la risa. Y a la que más de cinco meses después le sigue pasando lo mismo cada vez que me lo cuenta. Qué poca solidaridad con el sufrimiento ajeno, de verdad.
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