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1360. Miércoles, 4 marzo, 2009

 
Capítulo Milésimo tricentésimo sexagésimo: "Sólo las mujeres y los médicos saben cuán necesaria y bienhechora a los hombres es la mentira" (Anatole François Thibault, 1844-1924; novelista francés)

Cierto emperador chino deseaba tener a su cargo un médico mejor que el que le había venido atendiendo hasta entonces. A tal efecto, ordenó que todos los galenos del imperio, bajo juramento, pusieran en sus ventanas tantas velas encendidas como pacientes se les hubieran muerto aquel año.

Tras recibir noticia del cumplimiento de la orden, el emperador aprovechó el desfile del día sagrado para acercarse al barrio de los médicos. Pronto comprobó que miles de velas iluminaban las calles, y que eran muchas las casas en las que éstas ardían no sólo en las ventanas sino que, dado el número de pacientes perdidos, las habían tenido que poner hasta en las puertas y los tejados.

A punto de darse por vencido descubrió, con alegría, que en una casa modesta sólo cuatro velas adornaban una de las ventanas. Pensando que acababa de encontrar al mejor médico del Imperio le hizo salir de la casa y le dijo:

- “Tú has ganado; serás mi médico de cabecera. Pareces ser un buen facultativo, pero antes dime: ¿cómo has conseguido perder tan sólo a cuatro pacientes?"

El honrado médico, volviéndose a inclinar, y temblando murmuró: “Gran señor... yo empecé a ejercer la profesión esta mañana”.

A ver cuando se dan cuenta que, como decía Moliere, los médicos no están para curar, sino para recetar y cobrar; curarse o no va a cuenta del enfermo.