-   


  

1367. Viernes, 13 marzo, 2009

 
Capítulo Milésimo tricentésimo sexagésimo séptimo: "Cuando uno no sabe qué decir, no sabe cómo decir que no sabe qué decir”. (Felipe, 7 años, estudiante)

Por alguna extraña conjunción astrológica de los arcanos menores (y su ascendente en Júpiter,) hay quien todavía piensa que las mujeres (personas de sexo femenino) son las únicas investidas con el don de poder fingir un orgasmo. ¡A santo de qué van a tener ellos que disimular! dicen; además, es imposible, a un tío se le ve claramente cuando acaba, salta a la vista. Pobres, ¡si ellas supieran!

El caso es que, salvo peticiones finales que no vienen al caso (que cada uno es muy libre de llevarse a la boca lo que le venga en gana), que un hombre disimule un orgasmo es, además de mucho más frecuente de lo que algunos (y sobre todo algunas) creen, algo bastante sencillo. Bastará con, llegado el momento oportuno, resoplar como un autobús cuando llega a la parada de final de la línea y, mirando hacia arriba (que no es imprescindible pero ayuda) reproducir lo más fielmente posible los sonidos que uno tenga por costumbre ejecutar en tan recomendable momento. Un dato importante: si la pareja es la habitual conviene no cambiar mucho el método con el que uno suele alcanzar el desbordamiento, es decir, si la costumbre, por ejemplo, es jurar en Arameo mientras se recita a Bécquer habrá que seguir haciéndolo... que hay cosas en las que siempre se fijan. Algún lubricante convenientemente distribuido -desde el comienzo-, un poco de habilidad y una cierta (sólo cierta) rapidez en alcanzar, con la disculpa de no pringar mucho, el lavabo, harán el resto.

Vale, es verdad, ninguno de los que leemos esto hemos pasado –nunca, jamás- por un trance semejante, ¡faltaría!, pero el saber no ocupa lugar... y si alguna vez algún amigo (algún amigo ¡por supuesto!) nos pide ayuda pues eso que tenemos ganado. Hasta el lunes.