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1385. Lunes, 20 abril, 2009

 
Capítulo Milésimo tricentésimo octogésimo quinto: “Me siento tan a gusto en mi vida, que mi doble personalidad se copia de la original. (Pintada a la puerta de un manicomio)

Es un hecho cultural que todos hemos constatado: las personas que comentan públicamente sus méritos son tachadas de pedantes, engreídas, soberbias, petulantes... Al menor descuido todas ellas correrán el riesgo de ser castigadas personal, laboral o profesionalmente. Y es que, sobre todo a los españoles, se nos atragantan los logros del prójimo y si algo no soportamos es que, además, nos lo digan en voz alta. Es por ello por lo que muchos triunfadores desarrollan un mecanismo de defensa, la falsa modestia, consistente en presentar los éxitos de forma amortiguada por elementos de control que resten importancia al tesón, la habilidad y las capacidades personales del tipo: he conseguido el puesto, pero porque tuve suerte. La falsa modestia es una respuesta de adaptación al medio a la que suelen recurrir individuos normalmente inteligentes y con una alta autoestima, aunque equilibrada, que saben de sus procesos y que son capaces de salirse de su contexto. Una conducta completamente voluntaria.

Sermón que sólo es el preámbulo para decir, !hombre ya está! Porque, a ver, ahora que nadie nos oye, si somos buenos, ¿por qué no asumimos que ese es nuestro lugar? ¿Qué pasa si, como es evidente, resulta que somos los mejores? Aunque sea porque hemos tenido suerte. Modestia aparte.

Los lunes -semana dura por delante- conviene autoanimarse como sea.