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1469. Jueves, 24 septiembre, 2009

 
Capítulo Milésimo cuadringentésimo sexagésimo noveno: “El corazón del hombre es una rueda de molino que trabaja sin cesar; si nada echáis a moler, corréis el riesgo de que se triture a sí misma". (Martín Lutero, 1483-1546, teólogo alemán)

Me enseñaron que la inteligencia se definía como la capacidad que todos tenemos para adaptarnos a las circunstancias que nos ocurren en cada momento. Un ejemplo. Tres horas por delante en una tarde aburrida de domingo, decides bajarte por internet (sí, yo me bajo películas de internet, ya sé que soy un bicho raro pero como ya estoy condenado no me importa confesar otro pecado más) una película de, es un suponer, alienígenas invadiendo la tierra. Una vez descargada (una hora y varios cortes de línea después) la enchufas a la televisión y metes las palomitas en el microondas.

Pero en vez de marcianos babosos tragándose al jefe de policía del pueblo resulta que salen tres tíos de gimnasio subidos en una mesa de billar (para ser más exacto dos subidos en ella y uno de pie) que, usando sus propios palos (palos que poco tienen que envidiar a los de serie), se empiezan a mirar de una forma rara y cuyo único atuendo resulta ser unas botas negras, un reloj, y un collar con una chapita muy mona.

Después de descartar que aquellos pudieran ser marcianos (el detalle del llevar reloj es, sin duda, concluyente) piensas lo normal: que ya te han colado el trailer de otra película de la misma casa. Sin embargo, al ver que el juego continua, y que los palos comienzan a hacer sucesivas carambolas en los sucesivos agujeros, empiezas a pensar que posiblemente, a lo mejor, quizás, sólo quizás, ha habido alguna tonta confusión y aquello es puro y duro cine de autor.

Y es aquí donde aparece la importancia de ser inteligente, saber adaptarse a las circunstancias: vas, cambias las palomitas por el rollo de papel de culo y santas pascuas.