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1485. Lunes, 19 octubre, 2009

 
Capítulo Milésimo cuadringentésimo octogésimo quinto: "La gordura en los hombres tiene tres etapas: cuando no te la ves, cuando estás empalmado y no te la ves, y cuando te la están chupando y no sabes quien es" (Miguel T. 45 años, endocrino)

En ciertas facetas de mi vida soy un tipo de lo más considerado. En mi búsqueda del equilibrio suelo calcular mis fuerzas y ver que retos puedo asumir y cuales no, única manera de estar seguro de que sólo voy a acometer aquellas tareas que pueda realizar sin sucumbir al peso que supondría tener demasiadas obligaciones.

Por eso, y por mí muy noble afán de que los demás también deben de tener sus quince minutos de gloria, creo que dejar que otros trabajen por ti, incluso permitir que hagan el trabajo de uno mismo, no deja de ser una acto de bondad suprema, acto que intento llevar a cabo en cuanto se me presenta la más mínima ocasión. Como debe de ser.

Nunca hay que exponerse a riesgos innecesarios pero pocas veces está de más dejarnos llevar por esos pequeños caprichos (incluso abusado de ellos) que tanto nos apetece hacer por nuestros semejantes, y más sabiendo que hay gente deseando tenderte una mano para demostrarte que ellos también merecen la pena. No voy a ser yo quien le quite la ilusión por abrirse. Por eso, aunque esté feo que yo lo diga, y en un gesto de caridad que me honra, me he acercado a la chica nueva que ha empezado a trabajar hoy y le he dado todos mis informes pendientes para me los vaya adelantando.

No me importa renunciar a al trabajo cuando la causa merece la pena. Yo soy así, bueno, noble, sacrificado por los demás, desprendido por naturaleza.

De nada.