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1529. Lunes, 4 enero, 2010

 
Capítulo Milésimo quingentésimo vigésimo noveno: "El pudor es un sólido que sólo se disuelve en alcohol o en dinero" (Enrique Jardiel Poncela, 1901-1952, escritor español)

Las palabras del especialista sonaron aterradoras en mis oídos: "está muerto". Momentos antes se le veía rebosante de vida, igual que el día que entró en casa y nuestras vidas comenzaron a marchar en paralelo. "¿Y no se puede intentar reanimarle", pregunté. "Sólo una resurrección podría devolverle la vida", contestó el especialista llamado con urgencia aquella tarde.

Tan lleno de color hasta entonces, se había apagado en unos instantes, después de un breve parpadeo. El diagnóstico: “era muy viejo". Contesté que sólo tenía seis años, que había entrado en mi casa en 2003 y el que acababa de certificar la defunción sentenció seguro: "es que seis años de vida son muchos año para un ordenador". Tanta exquisitez nipona, tanta electrónica prodigiosa de la factoría Bill Gates y un ordenador tiene menos años de vida que un gato.

Y de viva voz, el forense de la electrónica extendió el acta de defunción. Se le había estropeado el corazón, se le había estropeado el disco duro. La muerte había sido fulminante.

Se le coge cariño a un ordenador que nos ha prestado grandes servicios y que, por amor, ha corregido nuestras faltas ortográficas. No sabemos valorarlo cuando está vivo porque responde fielmente a nuestras órdenes. Sólo apreciamos que nos unía un sentimiento afectivo cuando está muerto y la pantalla aparece inexpresiva.

Son muchas las horas de vida en común. Más, algunos días, que con el compañerodoméstico, especialmente uno es navegante por Internet. Es posible, incluso, que lleguen a sentir celos del artilugio: "¡Pero tío, deja ya el ordenador y vente a la cama!". Lo cuidaba con mimo y hasta le cambié la impresora porque la que tenía al lado; tan ruidosa, tenía que molestarle. Hemos intimado y así quizá haya conocido muchos detalles de nuestra vida que hasta las personas más allegadas a nosotros desconocen. Pero no hablará. Con fidelidad encomiable los ordenadores se van a la tumba con los secretos de los usuarios. Todo lo que guardaba es irrecuperable. No me duele la muerte del ordenador por algún texto que estaba archivado y del que no tengo copia. Me pesa porque no podré seguir gozando de su compañía. Me temo que con otro no sería lo mismo. Por lo menos, lo extrañaría en los primeros días.

De ahí que vaya a intentar resucitarle. Dicen que se puede recurrir a un trasplante de disco duro. Resulta caro y el resultado es incierto. Estas situaciones se han de afrontar con optimismo, con la esperanza de que no se producirá un rechazo. Si hay seres humanos que viven con un corazón que no es el que les dio la madre naturaleza, ¿por qué no ha vivir un ordenador con un disco duro trasplantado?