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1601. Lunes, 26 abril, 2010

 
Capítulo Milésimo sexcentésimo primero: "Los hombres son como los vinos: la edad agría los malos y mejora los buenos". (Marco Tulio Cicerón, 106 a. C.- 43 a. C.; filósofo romano)

En el año 860, con el papa Nicolás I, se institucionalizó el hábito de poner anillos en las ceremonias nupciales. Se le ocurrió, además, que debía de hacerse en el dedo anular, una tradición que había nacido en el siglo II a.C. en Grecia, donde pensaban que era en ese dedo donde finalizaba la vena del amor que salía del corazón.

Pero el papa Nicolás I, como defensor del carácter indisoluble del matrimonio, sabía lo que hacía atando de esa manera a los pobres incautos que querían casarse. Cuenta la leyenda que el inventor del anillo fue Zeus. Al padre de todos los dioses no se le ocurrió otra cosa que castigar a Prometeo –por haber entregado el fuego sagrado a los hombres- a permanecer encadenado a una roca durante siglos y siglos. Al final, como buen dios que era, liberó al pobre Prometeo... pero le obligó a llevar para siempre en el dedo un eslabón de la cadena que llevaba unido un trozo de roca.

Lo haces una vez y te marcan para siempre. Aún así, va la gente y se sigue casando. !Y algunos hasta repiten! No hemos aprendido nada y mira que el refranero es sabio: "quien se casó una vez, por necio perdonado es; pero si dos, por bestia no lo perdona ni Dios".