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1602. Martes, 27 abril, 2010

 
Capítulo Milésimo sexcentésimo segundo: “Recuerde que no basta con decir una cosa correcta en el lugar correcto, es mejor todavía pensar en no decir algo incorrecto en un momento tentador." (Benjamin Franklin, 1706 - 1790; científico estadounidense)

Los hombres, las personas humanas, somos los únicos personajes del universo que lloramos de emoción y, al contrario de lo que siempre nos había hecho pensar, nuestras lágrimas están más asociadas con la cultura y con la educación recibida que con lo que estamos sintiendo. Lloramos desde que nacemos hasta que morimos. Desde la cuna hasta el hoyo. A veces con ternura, a veces con rabia, a veces con ganas y a veces sin tregua. Lloramos porque nos niegan el amor, porque fracasamos o sin más voluntad que el puro abandono. En definitiva, lloramos porque somos humanos y forma parte de nuestra condición social, física, psicológica y cultural. Y aunque Charles Darwin dijo haber comprobado lágrimas de tristeza en algunos elefantes, al final somos el único animal de la Tierra capaz de llorar por emociones; lo demás es mito o truco. En la antigua Persia, la muerte de un gran hombre se confirmaba haciendo que su caballo llorase durante los funerales, pero era una simple engañifa que se conseguía introduciendo mostaza en su nariz. Y es verdad que los cocodrilos también lloran, pero lo hacen por razones mucho más prácticas -para expulsar de su cuerpo el exceso de agua salada-, no por emoción.

Copiando una idea original del Japón, en Londres abre, todos los fines de semana, un club en el que acuden decenas de personas dispuestas a vivir -según dicen sus anuncios- una noche "de tristeza, miseria, melancolía, duelo, ausencia y pérdida". Una cantante de fados intenta embriagar al público con sus canciones y, a las 12 de la noche, sacan las cebollas para que todo el mundo pueda tener una pequeña ayuda que desencadene la catarsis.

Y es que al final, no llora quien tiene más motivos, sino quien se lo puede permitir. En Ghana casi no se llora, las anoréxicas tampoco lo hacen y, pese a que las lágrimas se asocian a la tristeza, el llanto no es un indicador de la depresión, ya que la sequedad emocional de una persona deprimida le quita la fuerza hasta para llorar. Así, el hecho de que en Japón haya surgido la moda de crear bares para llorones y de que en Londres hayan creado su propia versión no puede menos que resultar una frivolidad propia de sociedades anhelantes de sentimientos extremos. Algo está fallando.