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1623. Miércoles, 26 mayo, 2010

 
Capítulo Milésimo sexcentésimo vigésimo tercero: “Al buen día métele en casa” (Miguel de Cervantes, 1547-1616, escritor español)

Pocos placeres resultan tan agradables como despertarse con hambre en mitad de la noche, llegar medio dormido y a trompicones a la cocina, y comer lo primero que pilles.

También es verdad que cualquiera entiende los evidentes riesgos que puede tener el realizar una acción semejante: los servicios de urgencia de los hospitales pueden dar buen detalle de alguna que otra faringe abrasada en mitad de la noche por confundir la botella de agua con la de lejía a la que su dueño había intentado darle un buen lingotazo para ver si pasaban las colillas del cenicero que acababa de meterse en la boca pensando que eran almendras tostadas y saladas; (el pobre señor las pasó canutas, pero -ahora que no nos oye nadie- lo que nos pudimos reír después…)

Y sí, en todos los servios de urgencias existe un rincón en el que se guardan algunos de esos elementos sacados de orificios naturales cuya función fisiológica primaria está organizada para funcionar en una sola dirección. Rincón que, aunque se vacía con cierta frecuencia, casi siempre está al borde del colapso. A la gente le gusta experimentar más de lo que nos pensamos. Y hacen bien.