-   


  

1627. Martes, 1 junio, 2010

 
Capítulo Milésimo sexcentésimo vigésimo séptimo: “Despedida: extraño momento en que la persona está presente pero ya se echa de menos” (Juan Ramón Jiménez, 1881-1958; escritor español)

En 1887, muy poco tiempo después de que fuera probada –y con bastante éxito por cierto- la primera silla eléctrica de la historia, sus fabricantes recibieron un pedido de tres unidades del Negus de Abisinia, en Etiopía, Menelik II.

Cumplido el encargo, el emperador abisinio -como podía verse muy comprometido con un programa de modernización de su país-, no pudo llegar a estrenarlas por una sencilla razón: Abisinia no contaba por entonces con energía eléctrica. El emperador, una vez superado el enfado, utilizó aquellas tres sillas como tronos imperiales.

Hace unos años (durante un breve ataque de enajenación mental transitoria) y poco después de ver –la primavera es muy mala para estas cosas) el éxito muscular (ajeno) que causaba el uso de unas mancuernas, (unas pesas de esas que tanta cara de estreñidos les ponen a los halterofílicos, pero en pequeñito) sus fabricantes recibieron un pedido de alguien comprometido con un programa de modernización de su cuerpo.

Cumplido el encargo, un por entonces joven e inexperto peluche no pudo llegar a estrenarlo por una sencilla razón: aunque su casa sí contaba con energía eléctrica, aquel aparato no estaba provisto de ningún tipo de enchufe, resultando que, para hacerlo funcionar, había que esforzarse.

Peluche, una vez superado el enfado, utilizó aquel (infernal) aparato para ponerlo de tope en la puerta de la habitación y evitar que se cerrara cada vez que hubiera una corriente de aire.