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1735. Jueves, 16 diciembre, 2010

 
Capítulo Milésimo septingentésimo trigésimo quinto: “Todos los cerebros del mundo son impotentes contra cualquier estupidez que esté de moda". (Jean de la Fontaine, 1621-1695; escritor y poeta francés)

Aún recuerdo el día en la que a cierta ministra del ramo -de nombre Matilde- mandó, en un momento de inspiración, una orden para que en todos los informes a los –por aquel entonces- disminuidos se les llamara handicapados. La genial idea le duró lo mismo que un billete de 50 euros en una tienda de gucci.

Parece que la cosa ha ido aumentando. Los gordos están rellenitos; los enanos son bajitos; el ciego de toda la vida ahora es un invidente (algo que no parece que le aumente la vista); y el loco un enfermo mental. Los pobres son indigentes (lo que tampoco les asegura una vida mejor); los presos, internos; los carceleros, funcionarios de prisiones; los hospitales, centros de salud; los barrenderos, empleados de limpieza; los vertederos, centros de residuos orgánicos; los asilos son residencias de ancianos (o geriátricos si son privados y caros); los orfanatos, centros de acogida; los mortuorios, tanatorios; la quimioterapia, el tratamiento, y el cáncer, una larga y penosa enfermedad.

Ya no se le puede decir marica a nadie (por más que lo seas), so pena de ser tachado de homófobo, aunque gay sea lo mismo pero en inglés –que siempre suena más fino-; ya no se le puede llamar moro a un moro (hay que decir magrebí), ni gitano a un gitano (hay que decir persona de etnia gitana; y he dicho de “etnia”, no de raza… no al liemos). Por más que, curiosamente los moros y los gitanos se llaman así mismos moros y gitanos. Que, casualmente, es lo que son.

La cosa podía continuar hasta el infinito y más allá, y todo bajo la tontería (ups, ¿se puede decir tontería?) de algo que cada vez entiendo menos y que llaman políticamente incorrecto. Una acusación que parece valer para todo pese a que literalmente no signifique nada.