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1531. Jueves, 7 enero, 2010

 
Capítulo Milésimo quingentésimo trigésimo: “La inmortalidad es el anhelo de millones de personas que no saben qué hacer con ellos mismos una tarde de domingo" (Susan Ertz, 54 años, novelista estadounidense)

Que a lo largo de la historia el matrimonio como institución sólo ha sido tomado en serio por aquellos que ya se encargaban antes de blindarse contra él (y no es cuestión de señalar) da buena muestra el pueblo egipcio que, con un montón de dioses a cual más elegante, delgado y guapo (aunque a veces se les fuera un poco la olla poniéndoles cabezas de animales) eligieron como dios del matrimonio a Bes, un tipo grotesco, patituerto, enano, ventrudo y más feo que Picio, que pasó a ser el encargado de bendecir todas las bodas de la época, unas bodas que -de acuerdo con la moda que se estilaba por aquel entonces- acostumbraba a realizarse entre hermanos. Bien es verdad que no solían ser hermanos de padre y madre, pero tan cercano parentesco a la hora de unirse los contrayentes daba lugar a curiosos embrollos familiares como el que le pasó a un fabricante de vasijas de Abydos llamado Merneptah, un hombre muy popular entre sus vecinos.

Merneptah, primo del Faraón por parte de madre, aunque también sobrino político y nietos ambos de abuelos consangíneos, estaba casado con su hermana de padre, que era a la vez sobrina de su madre (una de esas sobrinas de las que siempre se dice que no se sabe a quién habrá salido, pero se sabe perfectamente aunque no se pueda decir). Esta madre, a su vez, era nieta de su tío, prima de su suegro y tía de su cuñada, casada, por cierto, con un tal Nakimithu, que era pariente de no se sabe quién, aunque se sospechaba lo peor. Con lo que resultaba que su hijo era sobrino del abuelo de la madre, tío de su abuela (frívola shardana de Shardania, de quien se contaban cosas tremendas) por el segundo matrimonio de su tía con el padre del marido de una cuñada (individuo dócil y complaciente a quien se le atribuían injustamente parentescos inconfesables). Con todo lo cual resulta que la madre de Merneptah estuvo a punto de ser abuela de su marido si no hubiera sido por haber muerto antes de que se consumara el parentesco, lo que produjo serios trastornos en la familia de Abydos que se encontró de pronto con un alfarero con pluma encaramado a su árbol genealógico en calidad de madre del cabeza de familia, algo que dio lugar a largísimos pleitos. Aún así, no se pudo evitar que Merneptah resultara primo hermano de la hija de su segundo matrimonio, consuegro de su tercera mujer (que era, por cierto, cuñada y hermanastra de la primera) y le faltó el canto de un duro para ser el padre de sí mismo.

Comentando estas cosas, los egipcios pasaban una veladas muy entretenidas. Al fin y al cabo la televisión –especialmente alguna- todavía no existía.