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1691. Jueves, 7 octubre, 2010

 
Capítulo Milésimo sexcentésimo nonagésimo primero: "Una palabra bien elegida puede economizar no sólo cien palabras sino cien pensamientos". (Henri Poincaré, 1854-1912; matemático francés)


Intuyendo la infinita variedad que en cuestiones de tamaños, formas, colores, olores y (me imagino) hasta de sabores (o eso me han contado) existe en materia de glándulas mamarias femeninas (que, como con los culos, no hay dos iguales) ¿cómo pueden los señores del limpiafijaydaesplendor definir una palabra con semejante desbarro?

Porque, viendo (que no mirando) lo que hay por ahí, y viendo (que no mirando -¡ay dios me libre!-) las de, por ejemplo, mi cuñada, ¿puede haber -por muy montañita que sea- algo menos preciso con lo que concretar?

Y sí, vale, es una palabra que no usa nadie, pero ¿quién sabía qué era un chapapote o un pebetero antes de que algún becario le diera por mirar en el diccionario y ponerse como loco a delirar con ellas? Pues eso. Luego nos dirán que pocas cosas hay tan exactas como el lenguaje, ya.

Por cierto, a lo mejor tengo yo fijación por el asunto, o quizá sea cosa de algún estudio de técnicas de venta de nueva hornada, pero me da la sensación que cada vez es más frecuente que los maniquíes tengan pezones. Y los tengan cada vez más más grandes. Claro que a lo mejor es simplemente por que ya empieza a hacer algo más de frío. Será eso.