Capítulo Milésimo septingentésimo quincuagésimo segundo: “La bebida apaga la sede, la comida satisface el hambre, pero el oro jamás calma la avaricia" (Plutarco. 50 - 120; ensayista griego)Corría el año 1138 cuando Conrado III de Alemania puso sitio a la ciudad de Winsberg, que le había salido
güelfa, anunciando que pasaría
a cuchillo a todos sus habitantes; pero cuando al fin la ciudad fue obligada a rendirse por falta de víveres condescendió el rey a dejar salir a las mujeres, aunque sin otro equipaje que “
las prendas que más estimaran”.
Se abrieron las puertas de la ciudad y empezaron a salir las señoras; la primera, la condesa
Ida llevando a cuestas al conde
Wëlf VI de Babiera, lo que dejó asombrados a los sitiadores, no porque una señora tan principal hiciera de porteadora sino porque “l
a prenda que más estimaba” la condesa fuera precisamente su marido, pero un marido que antes de encaramarse a la espalda de su esposa tuvo que acceder a que un joven membrudo, desconocido por él hasta aquel momento, se encaramara a su vez en su propia espalda antes de que la mujer accediera a partir.
Un gesto memorable sin duda que ponía en evidencia (aparte de la buena capacidad para el acarreo de la condesa y de su “
gran” corazón) que hasta en los tragos más difíciles puede surgir una hermosa solidaridad entre dos hombres... por más que, en otras circunstancias, aquel encuentro hubiera acabado en tragedia.