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1786. Martes, 15 marzo, 2011

 
Capítulo Milésimo septingentésimo octogésimo: "La experiencia no es lo que le sucede a un hombre; es lo que un hombre hace con lo que le ocurre”. (Aldous Huxley, 1894-1963; escritor inglés)

Un marido celoso se presenta en una agencia de detectives porque quiere que vigilen las andanzas de su mujer. Antes de comunicar sus deseos exige hablar confidencialmente con el director a quien le pide que, debido a su posición en la que no se le permitiría hacer el más mínimo de los ridículos, sea el propio director el encargado de llevar personalmente el caso. Está dispuesto a pagar lo que sea a cambio de que se cumplan dos condiciones: nada de subalternos y reserva absoluta de los resultados de las pesquisas.

El detective empieza su trabajo sin encontrar nada extraño. La esposa visita a su madre, pasea con sus amigas y despelleja a todas aquellas pilucas que no están presentes.. lo normal. El investigador pasa un primer informe al marido quien, a pesar de las buenas noticias insiste en que se continúen las pesquisas. Y vuelve a dar órdenes concretas que para eso paga: es imprescindible vigilarla todo el tiempo que sea necesario; y es imprescindible que lo haga el señor director de la agencia personalmente. El costo de la investigación es elevado –hay tardes en que la vigilancia dura seis y siete horas-, pero el marido no se preocupa por ello. El detective está encantado. Un negocio redondo –le confiesa a su mujer-, que se ríe como una loca

Pero la verdad es muy distinta. La investigación que realiza el director de la agencia de detectives sirve solamente para que el cliente –el marido celoso- pueda tener la seguridad de que no será molestado mientras engaña al detective con su mujer. Así no hay ningún riesgo de ser descubierto.

El "amor" (sí, entre comillas) como se sabe, es capaz de cualquier cosa.