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1826. Viernes, 20 mayo, 2011

 
Capítulo Milésimo octingentésimo vigésimo sexto: “Hasta después del llanto más sublime siempre acaba uno por sonarse” (Heinrich Heine, 1797 - 1856; poeta alemán)

Tras amar desaforadamente a cuantas mujeres se lo consintieron, es decir, todas las de la comarca, incluida su propia esposa (a la cual disfrazaba de vecina foránea por el qué dirán), Arcadio José Guerrero Duermemozas, (más conocido como pepe) aburrido de tan plurales y, al parecer, insípidas relaciones extramatrimoniales, optó por encamar con una angina de pecho que, en vísperas de la procesión del Corpus, la Providencia le sirvió en bandeja.

El adúltero, amancebado con tal angina durante más de diez días, pasó a mejor vida, y ahora, según se cuenta en la región, las noches en que las estrellas salen a tomar el sol sin sostén para ponerse morenas (que falta les hace) puede verse a Arcadio José retozando a mansalva con las partículas radioactivas que flotan en la nada celestial.

Sexo y locura hasta en la sepultura.