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1889. Jueves, 29 septiembre, 2011

 
Capítulo Milésimo octingentésimo octogésimo noveno: " Se bebe un litro de ginebra y arde súbitamente al tomar el sol más tarde en una piscina de un hotel de Córdoba” (resumen de agencias)

Ahora que el español, según las estadísticas, ha crecido unos centímetros en su talla media se puede hablar un poco más claro. Como se sabe, el español ha sido de toda la vida bajito, moreno, de pescuezo tirando a gordo y de cinturón abrochado en el último agujero. Puede parecer que son detalles sin importancia, pero el tipo y la estatura de un hombre lleva aparejado virtudes y pecados específicos, ése es un asunto que los saben muy bien los filósofos y los psicólogos (con perdón). Un hombre bajito y moreno suele pegar navajazos a la mujer adúltera, robar gallinas, atacar con la hoz al vecino por cuestiones de lindes, tirar a un pozo al usurero, soltar recias blasfemias y, en general, cometer delitos previstos en el Código de los que necesitan lavar sangre de la blusa en el rio.

Hasta hace nada, en este país de sol, con paisanos morenos y bajitos, los bufetes de los abogados estaban llenos de tíos con boina y problemas. Pero todo ha cambiado. El español ha crecido, ha estilizado la tripa; se le ha suavizado el rizo negro y ha tomado incluso cierto garbo en la caída de paletillas. Y nada es igual. Aquí ya no se trabaja el crimenpasional, eso sería como llevar camiseta imperio y gorra a cuadros; ya no se roban pollinos y se les pinta de cebras para camuflarlo; ya no se mantiene a una querida fija con sueldo para la compra. Ahora se trabaja la trampa legal, el boicot porque ese tío me cae gordo, el timo de la inmobiliaria y las dietas para las juergas a cuenta del balance de la empresa o, con un poco de suerte, de la consejería que subvenciona a la empresa.

El español se ha estirado y ya peca mucho más civilizadamente.