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2108. Lunes, 22 octubre, 2012

 
Capítulo Dosmilésimo centésimo octavo: "Si hay algo admirable es que alguien te haga sentir cosas sin ponerte un dedo encima". (Mario Benedetti, 1920 - 2009; escritor uruguayo)

Hay dos formas de comer: se come lo que a uno le echan o se come lo que uno elige. Para unos la cuestión era llenar el estómago a como diera lugar, para otros -más finos- la comida era un especie de sinfonía de sabores. Para ambos, los restaurantes chinos han sido una alternativa con la que quedabas servido a un precio razonable.

Pero hoy esta fórmula ya no existe; ahora lo verdaderamente moderno no consiste en comer loquesea con salsa de soja sino en ingerir a ritmo de cítara y filosofía zen. Una filosofía que se ha extendido como la pólvora por los restaurantes chinos que de un tiempo a esta parte se han reconvertido en pomposos asiáticos. Han dejado a un lado los rollitos de primavera, el cerdo agridulce y la nata con nueces para hacerte rumiar, a ritmo de vaca sagrada, raíces esotéricas, pescado crudo con nombre de dibujo animado, hojas de púrpura con jeroglíficos en el nervio del envés, cañas de babú cortadas según la tradición de la tercera dinastía o algas macrobióticas con pasta de renacuajo dorado en el lago a la luz de la luna llena. Todo en un mismo plato bien y bien aderezado con música de flauta.

Quién me iba a decir a mí que iba a echar de menos la ternera con cebolla y su glutamática salsa agridulce. Ya nada es lo que era. Menos mal que siempre nos quedará Mac D´onalds.