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2125. Lunes, 19 noviembre, 2012

 
Capítulo Dosmilésimo centésimo vigésimo quinto: “Mejor que levantar la voz, reforzar el argumento” (George Herbert, 1593 - 1633; poeta inglés)

Aparte de por incómodos, que los pisos sean cada vez más pequeños se está convirtiendo en un asunto de salud pública. Dicen las últimas estadísticas de accidentes caseros que hay un alarmante aumento de ingresos en urgencias por unas heridas muy concretas: aquellas que se producen cuando el accidentado se agacha para coger el trozo de papel del culo correspondiente y acaba "intimando", de no muy buenas maneras, con el portarrollos.

Normal. Uno, concentrado como está en la finalización de sus deposiciones, se limita casi mecánicamente a hacer el gesto de inclinarse para proveerse del papel, pero como resulta que todo está situado tan estratégicamente cerca lo que acaba es estrellando su frente, (de una manera bastante brusca), contra el susodicho portarrollos, que encima suele tener esquinas más o menos afiladas según diseño.

La cosa tiene su gracia vista desde fuera, pero claro, poniéndose en la situación del herido, con una brecha en la frente, los pantalones por los tobillos, y reconozcámoslo, una postura no precisamente elegante, es fácil imaginar el bochorno primero y la vergüenza después, que tendrá que pasar el protagonista del "evento" cuando llegue a urgencias y, entre automovilistas politraumatizados o algún que otro cuarentón con su infarto a cuestas, tenga que relatar el origen de su muy especial accidente.

Hay heridas que por mucho que puedan doler físicamente, no son nada comparadas con un orgullo machacado.