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2358. Viernes, 20 diciembre, 2013

 
Capítulo Dosmilésimo tricentésimo quincuagésimo octavo: "Todos necesitamos de horas vacías en nuestras vidas, o no tendremos tiempo para crear o soñar” (Roberto Coles, 1929, psiquiatra estadounidense)

La Navidad tienen muy buena prensa, pero la Navidad es una lata impresionante. Nos da por correr a ver a la familia, enchiquerarnos entre cuatro paredes, poner la calefacción a tope y empezar a comer como bestias. Los niños, que en Navidad parece que se multiplican como gremlins se pasan el día entero gritando por el pasillo, haciendo gamberradas con el abuelo, estrellando cosas contra los espejos y limpiándose los hocicos de turrón en las cortinas; luego está ese amigo de tu cuñada que viene a felicitarte las pascuas y se queda pensionado toda la semana contándote las desgracias ajenas para alegrarte el estómago a punto de estallar con el bolo alimenticio. Y todo ello con la obligación de ser feliz y de amarse los unos a los otros.

Desgraciadamente a algunos en Navidad nos dan vacaciones, pero reconozcámoslo, no tenerlas podría ser la salvación. Sería una felicidad dejar a la familia en casa atascada de turronelalmendro y meterse uno en su trabajo a cuadrar balances, poner ladrillos o hacer reuniones. Y cuando los reyes de oriente pasen y la cuesta de enero ponga las cosas en su sitio, volver a casa y repartir besos a todo el mundo.

Sin embargo, lo que no puede ser, no puede ser (y además es imposible), por eso, uno se va unos cuantos días renunciando, con todo el dolor de su corazón, a venir al trabajo hasta el 7 de enero. Una pena, pero antes la obligación que la devoción. Hasta entonces pues.