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2390. Miércoles, 19 febrero, 2014

 
Capítulo Dosmilésimo tricentésimo nonagésimo: "Una señal de que estás a punto de enloquecer es creer que tu trabajo es realmente importante”. (Bertrand Russell, filósofo británico, 1872-1970)

Don Aníbal era un señor muy precavido. Ya de niño nunca tomaba su biberón sin antes someter la leche a un análisis. De mayor, cuando ya tenía bigote y una esposa que se llamaba Joaquina y que también tenía bigote, don Aníbal se compró un automóvil. Como don Aníbal era muy precavido, antes de cruzar una calle paraba su automóvil, se apeaba y acercándose a la calle que iba a cruzar se asomaba a ver si venía otro automóvil, y sólo cuando se cercioraba de que no venía ninguno, subía en su coche y cruzaba la calle, tocando fuerte su claxon para más seguridad. Cuando don Aníbal se acercaba a un parque, paraba su automóvil y avisaba a las madres: señoras, me llamo Aníbal y estoy paseando por esta calle con mi automóvil, procure usted que su niño no cruce la calle. Y sólo cuando las señoras sujetaban a los niños, don Aníbal subía en su coche y proseguía su camino.

Tan precavido era que antes de dar limosna aun pobre, se informaba si efectivamente su origen era humilde. Llevaba al pobre a un médico y tras asegurarse de que el pobre era muy pobre y no había comido nada, le daba la limosna.

Cuando paraba en una calle, antes de estacionar su coche, se apeaba, sacaba un cinta métrica del bolsillo, tomaba las medidas del hueco, luego tomaba las medidas del coche, y sólo si tenía margen suficiente estacionaba el vehículo en aquel hueco.

Fue una pena que don Aníbal fuera tan meticuloso y precavido, porque uno de esos días en los que andaba con la cinta métrica, pasó un camión y lo dejó convertido en una alfombra. No somos nadie.