-   


  

2564. Martes, 9 diciembre, 2014

 
Capítulo Dosmilésimo quingentésimo sexagésimo cuarto: “¿Nervioso? - Si un poco. ¿Es tu primera vez? - No, ya había estado nervioso antes”.

Muchos creen que la ausencia de sabor a cloro en las leches que consumen (o en las leches que les dan) es una garantía de calidad y pureza. Nada más equivocado. Muchas leches son sumergidas en aguas insípidas e inodoras, pero con un índice de contenido bacteriológico muy elevado precisamente por la falta del susodicho elemento químico. Los temores de todos los que se quejan del sabor a cloro en la leche son, por lo tanto, infundados. Todo aquel elemento que lleve agua -llámese vino, llámase fantanaranja- debería de saber a cloro.

Pasa lo mismo con los besos. Un beso con sabor a cloro es un beso perfectamente tolerado por cualquier organismo por débil que sea o por lánguido y desfallecido que esté en el momento de darlo o recibirlo. El sabor a cloro en la boca de una persona - que apunta una falta de gérmenes en la misma- es prueba de desarrollo en su conciencia social. Como mínimo.