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2649. Martes, 5 mayo, 2015

 
Capítulo Dosmilésimo sexcentésimo cuadragésimo noveno: “Algún día en cualquier parte, en cualquier lugar indefectiblemente te encontrarás a ti mismo, y ésa, sólo esa, puede ser la más feliz o la más amarga de tus horas". (Pablo Neruda, 1904 - 1973; poeta chileno).

Cumpleaños de un servidor cuando era niño… y de la mayoría de los de la edad de un servidor cuando eran niños. Supongo. Tirones de orejas hasta que el color tomate podía hacer pensar que ya te dolían bastante y entonces pasaba el siguiente a repetir la acción con toda la mala leche del mundo. Prácticos regalos de un par (dos) de calcetines aprovechando que, como se echaba encima el invierno, ibas a poder estrenar algo que no fuera de tu hermano mayor. Y para rematar la fiesta una estupenda celebración en el parque del barrio -eldescampao para los del círculo más íntimo- con sus piedras, su barro, sus animales muertos y sus bolsas de leche vacías (!qué invento aquel de las bolsas de leche a presión… igual, igual que tocar barrigas cerveceras!) y en el que por ser tu cumpleaños tus amigos tenían el bonito detalle de dejarte elegir una buena barra entre todas las tuberías oxidadas allí amontonadas para, sin solución de continuidad, ponernos a pegar palos a todo lo que se pusiera por delante.

Seguro que si uno se pone a mirar con detalle, al final encuentras diez diferencias entre cómo eran los cumpleaños de antes y cómo se empeñan los padres en celebrar los de sus hijos ahora. Eso sí, habrá que fijarse mucho para encontrarlas. Supongo.