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2737. Jueves, 1 octubre, 2015

 
Capítulo Dosmilésimo septingentésimo trigésimo séptimo: “Mi meta en la vida es ser tan buena persona, como mi perro cree que soy” (Proverbio sueco).

Un tatuaje es un sistema de pigmentación de la piel, es decir, un dibujo que te hacen en ella y que te va a quedar para siempre. Tiene que estar hecho de forma artística, y sí, ya sé que en muchos esta condición no se cumple, pero si un hijodesumadre coge un pilot y te lo clava en la frente dejándote un punto azul para siempre eso no es un tatuaje, eso es una putada.

A la hora de hacerte un tatuaje hay que tener claro dos conceptos: el qué y el dónde.

El qué es personal e infinito, pero el dónde tiene sus reglas. Lo principal es que haya chicha, más cómodo para el tatuador y menos doloroso para el tatuado. Y cuanta más chicha mejor, por algo los que triunfan en Benidorm, especialmente entre las féminas, son los tribales en el culo. Y por esa misma razón es tan difícil hacerlos en codos o rodillas. Además aquí se junta también el qué. Si te empeñas en hacerte uno en semejantes sitios, aparte de ver las estrellas más lejanas, te arriesgas que, al ser articulaciones, a cada paso que des el gracioso ratoncito tatuado en una rodilla acabe convertido en una asquerosa rata mutante. Por ejemplo.

Claro que ya puestos a tatuajes móviles digo yo si no sería más divertido hacerse uno que cubriera todo un huevo, todo el día subiendo y bajando el condenado... que parece que tiene vida propia. ¿Dolerá mucho?