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2767. Lunes, 16 noviembre, 2015

 
Capítulo Dosmilésimo septingentésimo sexagésimo séptimo: “Ojalá podamos tener el coraje de estar solos y la valentía de arriesgarnos a estar juntos”. (Eduardo Galeano, 1940 - 2015; escritor uruguayo).

Dormir acompañado es complicado. A la hora de hacerlo uno se puede encontrar con algunas clases de dormidores capaces de hacerte las noches inolvidables. Están los conocidos como karatekas nocturnos; ellos no lo saben, pero cuando duermen son cinturón negro. Que estás todo acurrucado, muy tierno, muy a gusto, y de pronto !waaaakkka!, te pegan un codazo en las costillas y un rodillazo en la entrepierna, un ejercicio en teoría difícil pero que lo perpetran a la perfección. Y varias veces cada noche. Que más que pijama parece que se ponen un kimono.

Otros son los que sufren el llamado síndrome de somnolencia expansiva-expulsiva, personas en apariencia inocentes que al meterse en la cama ocupan el mínimo espacio posible. Las ves así recogiditas y te apetece colocarte a su lado. Hasta que les entra el sueño, que es justo cuando se empiezan a estirar, te van empujando, te van empujando y acabas en el filo de la cama luchando por no caerte. Se expanden, se expanden y te expulsan.

Pero lo mejor de los de los karatecas nocturnos y de los expansivosexpulsivos es que al despertar siempre juraran sobre lo más sagrado que ellos, mientras duermen, no se mueven, para a continuación soltarte: "joer cari me has tenido toda la noche estampado contra la pared". Sí, claro, y tanto apreté que he rebotado y por eso estoy en el suelo.