-   


  

2973. Miércoles, 2 noviembre 2016

 
Capítulo Dosmilésimo noningentésimo septuagésimo tercero: “La sinceridad no obliga a decirlo todo, sino a que lo que se dice sea lo que se piensa”. (Ángel Ganivet García, 1865 – 1898; diplomático español).

Miércoles después de un día de fiesta, primera hora, sueño, una meada tipo guadiana (los reflejos no están en su máximo apogeo) y ducha. Dicen que se gasta menos agua duchándose que bañándose… siempre y cuando cierres el grifo mientras te enjabonas. Algo que, enllegando los fríos, no todos hacen. ¿Quién no deja correr el agua en el invierno para calentarse con el vaporcillo, eh? Y con lo que uno tarda, que si el champú de aguacate y miel con setenta vitaminas, que si la mascarilla revitalizante, que si el acondicionador. Al final, entre el pelo revolucionado y el vapor, aquello parece gorilas en la niebla.

Pero el mal rato está por llegar. Pocas cosas hay peores que ese tiempo que pasa entre que uno cierra el agua caliente y el de acabar de secarse; esos segundos en los que te congelas solo porque las gotas que quedan en la piel se tienen que evaporar y lo hacen bajando la temperatura del cuerpo. Además, al abrir la mampara la humedad, que se guarda dentro como en un capullo, sale de repente y el agua se empieza a evaporar más rápido. Y uno tiene la sensación de rozar el ceroabsoluto.

Miércoles después de un día de fiesta, primera hora, todo conspirando para quitarte el calor... y las ganas de ir al trabajo. Nos lo ponen difícil, muy difícil.