Capítulo Tresmilésimo trigésimo noveno: “Aquellos que sólo quieren descansar, ¡cuánto trabajan para conseguirlo!" (Constancio C. Vigil, 1876-1954; escritor uruguayo).
No se trata ahora de buscar culpables sino de intentar remediar la situación. Ya que hay que trabajar, busquemos la forma menos mala de hacerlo.
Una vez descartado lo de
actorporno (mis cualidades naturales, perfectamente demostrables, no han podido con los enchufes que controlan el negocio – digan lo que diga la
gerontofilia está ahí y uno siempre iba a tener su público-) creo haber encontrado un trabajo que cumple, dentro de la obligatoriedad de tener que trabajar, mis expectativas.
Si en principio pensé en aspirar a la plaza de
portacorbatas, figura creada por Luis XV de Francia cuyo único cometido era abrocharle y desabrocharle la corbata al rey (una corbata que sólo llegó a usar una vez en su vida), he pensado mejor que voy a ofrecerme como vaporizador natural, un empleo instituido por Popea, esposa de Nerón la cual, en una época en la que aún no se habían inventado los vaporizadores, tenía por costumbre que una esclava se llenase la boca con perfume y lo pulverizase sobre su rostro y cuerpo.
Sí, evidentemente hay que trabajar un poco más que siendo
portacorbatas, pero sólo la idea de escupir directamente a la cara del jefe todos los días y que encima te paguen por ello, tiene que compensar. Seguro.