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3059. Miércoles, 22 marzo, 2016

 
Capítulo Tresmilésimo quincuagésimo noveno: “Por nuestra codicia, lo mucho es poco; por nuestra necesidad, lo poco es mucho. (Francisco de Quevedo, 1580 – 1645; escritor español).

Se tienen referencias del orinal desde el año 600 a.C. Hecho de metal o cerámica, se colocaba en el suelo y evitaba tener que salir corriendo a un escusado. Su uso se extendió en la Antigua Grecia y fueron muy populares durante siglos. Hubo una versión especialmente diseñada para damas, el bourdaloue, que se hizo muy conocido en el siglo XVIII. Podía esconderse bajo las faldas; así las aristócratas podían hacer aguas menores y/o mayores en los largos servicios religiosos de la época. Los más modernos de entonces colocaban los orinales dentro de un mueble; así el usuario no tenía que dejar sus asuntos para atender a sus necesidades. Cuando había terminado una criada retiraba la bacinilla y colocaba una limpia.

A pesar de estar poco valorado (nadie le ha dado mucha importancia), para el común de los mortales ha sido uno de los objetos que más vidas ha salvado. Basta pensar que hasta hace unos pocos años, el corral (que funcionaba como retrete) estaba situado fuera de las casas por lo que llegar hasta él en invierno -y con el culo al aire- era arriesgarse a pillar (como poco) una pulmonía (doble) algo que tantas veces se evitó usando el susodicho elemento que se ponía justo debajo de la cama. Aunque existe un modesto museo, el orinal se merece un monumento ya.