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3140. Jueves, 27 julio, 2016

 
Capítulo Tresmilésimo centésimo cuadragésimo: " El orgullo no tiene color, ni sabor ni tamaño, y sin embargo es lo más difícil de tragarse” (Proverbio japonés).

Los psiquiatras alertan del aumento de jóvenes incapaces de enfrentarse al sexo real. Hartos de ver porno desde casi antes de saber otra cosa, resulta que cuando por fin llega el momento de la carne y la piel de verdad la realidad se les queda muy, muy, muy pequeña y triste. Porque la realidad no se parece al porno. ¿A qué no? O, al menos, la realidad no se parece siempre y en cada instante a estas pelis. Porque... ¿qué se ve en el porno? ¿Qué? ¿Eh? Venga, va. ¿Nos parecemos remotamente a esos actores? ¿Tenemos cuerpo? ¿Su aguante? ¿Jadeamos, nos movemos, rotamos y nos flexionamos? Va a ser que no.

Los adolescentes de hoy crecen pensando que las relaciones sexuales son lo que ven en sus móviles, ordenadores y tabletas. Que las mujeres van enteramente depiladas, tienen pedruscos de la talla 100 y están dispuestas a todo. Cuanto más duro, más salvaje y más cantidad, mejor. Pero, sobre todo, esos chicos crecen pensando que, cuando llegue el momento, a ellos les va a salir una escena igualita que la de los actores de las películas. Y cuando, evidentemente, no es así (y no es así por mucho, mucho, mucho), algunos son incapaces de afrontarlo, porque no tienen el cuerpo para sesiones de 60 minutos, ni cerebro para imaginar trucos o tratos sorprendentes. Que una cosa es entusiasmarse de cabeza y dejar volar la imaginación y otra es ponerse al tajo. Además, oye, que en la ficción todo es músculo y queda muy bonito al ritmo del dancing... pero en la realidad, la grasa siempre estropea el plano.