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3252. Viernes, 16 febrero, 2018

 
Capítulo Tresmilésimo ducentésimo quincuagésimo segundo: “Si te cansa sólo pensar en hacerlo, no lo hagas. Si no sale ardiendo de lo más profundo de ti, no lo hagas. Pero si te quema hazlo.” (Charles Bukowski, 1920 - 1994, escritor estadounidense).

En la antigua Roma había distintas palabras para definir los besos. Osculum era el que se propinaba en la mejilla, por mera cortesía; el suavium o savium -íntimo y sensual- lo intercambiaban los amantes; y el más frecuente, el cariñoso basium, que se daba en los labios. Precisamente de basium proceden baiser, en francés; bacio, en italiano, beijo, en portugués; y beso, en español.

Además los usaban, los usaban mucho y los usaban por ley. Existía, por ejemplo,  la ius osculi, una norma obligatoria que obligaba a las mujeres casadas a besar a sus maridos al menos una vez al día. Cariñosos que eran ellos... a la vez que muy prácticos, ya que la razón de semejante obligación era que ellos comprobaran, por el aliento, que ellas no habían bebido. Los romanos creían que el vino era la antesala del adulterio por lo que las señoras casadas y respetables tenían prohibido (salvo prescripción médica) beberlo. Algo, evidentemente, lógico.