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29072018. De vacaciones, que siempre son mejores de lo que podrían ser.

 
Entre los años 1450 y 1600 en Europa hervía el furor por la brujería. Se decía que las brujas llegaban a los aquelarres montadas en demonios que adoptaban la forma de cabras, bueyes, ovejas, perros o lobos. Con el tiempo estos demonios en formas de animales fueron sustituidos en la imaginación popular por garrotes, palas y, sobre todo escobas, unas escobas que se convertirían en el objeto favorito de las brujas debido a que, textualmente, toda mujer tenía a su alcance una; es decir, toda mujer era una «bruja en potencia».

Además, la escoba también tiene un innegable contexto sexual: la bruja que vuela con un palo entre las piernas por lo regular era representada en éxtasis sexual; volar era una alegoría de la masturbación desvergonzada, el símbolo último de la liberación, la rebeldía a las normas sociales, morales y religiosas: se decía que el tañido de las campanas de una iglesia podía romper el éxtasis y hacer caer a las brujas; por eso en ciertas ciudades europeas se hizo costumbre que las iglesias repiquen sus campanas cada hora desde la medianoche hasta el amanecer.

Dentro del proceso inquisidor, el vuelo era considerado «la prueba perfecta de los dones impíos obtenidos con métodos malignos». De todas form,as el tema era controvertido; fueron varios los perseguidores y eruditos que negaban que una mujer pudiera alcanzar tal poder, clamaban que era una imposibilidad física y que la alucinación se debía a que «el diablo les llenaba la cabeza con desvaríos». El libro Canon episcopi -documento eclesiástico medieval compuesto alrededor del siglo X- aseguraba que «si las brujas pueden volar, sólo pueden hacerlo con su imaginación». A pesar de esto, «volar» se consideraba una prueba incuestionable de «tener un pacto con el demonio», en los juicios realizados entre los siglos XV y XVII, donde al menos 30 mil personas fueron ejecutadas en Europa bajo cargos de brujería.

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