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3463. Martes, 19 febrero, 2019

 
Capítulo Tresmilésimo cuadringentésimo sexagésimo tercero: Los recuerdos más felices son los momentos que terminaron cuando deberían haberlo hecho". (Robert Breault, 1963; músico estadounidense).

Mi primer paraíso fueron cuatro paredes blancas presididas por una desgastada pizarra. Adán se llamaba Emilio. Olía a pegamento y suavizante y su media sonrisa temblorosa -siempre escondida bajo su tartamudez- retumbaba en mi cabeza como una carcajada burlona y mágica.

Tenía quince años, me había enamorado como un burro y buscaba desesperadamente una maldita manzana con la que condenarme para siempre junto a él.

Pero el responsable de aquel radiante desaguisado olvidó dejarla a mi alcance. O, abusando de su poderío, lo hizo a conciencia, porque sabía que hubiera mordido hasta las raíces del árbol.

Tantos años y todavía sigo recordando -con toda la ternura del mundo- aquel ingenuo y candoroso primer amor del que no se me ha olvidado ni su fecha de cumpleaños.

Precisamente un día como hoy.