Capítulo cuatromilésimo centésimo quingentésimo: “El alcohol no soluciona tus problemas... pero el agua tampoco”.
Cuando establecemos la tan común comparación entre una señorita sexualmente promiscua y una gallina estamos cometiendo un doble error. Primero con la mujer, que, por muy furcia que sea (y salvo que ejerza de tal profesionalmente) rara vez cobrará por acostarse con distintos hombres (al menos en metálico). Y por otro con las gallinas, las cuales, y a pesar de su mal ganada fama de rameras, poseen una moral sexual cercana a la monogamia. Si en un gallinero hay alguien crápula, disoluto y disipado, es el gallo, no ellas.
Por ello me sumo a la propuesta que circula por ahí poniendo las cosas en su sitio: las gallinas, igual que no son carpinteras o no son ministras, tampoco son putas. Y si algún animal de bellota jurásico sigue empeñado en insultar a una mujer, que lo haga usando otros bichos mucho más depravados y peligrosos que las pobres gallinas. Que haberlos haylos... Cualquier mosquita muerta, por ejemplo.