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290. Viernes, 5 Marzo 2004



Capítulo Ducentésimo nonagésimo: ¿Qué cara puso Mahoma cuando la montaña llamó a la puerta?



Se empeñan en decir que somos casi genéticamente iguales al cerdo, y después de mirarme en el espejo esta mañana, no digo yo que no, pero en cuestión de amor, ternura, cooperación y esas cosas, nos parecemos, mucho, pero mucho más, a los cocodrilos.



Estos tiernos animalitos usan unos métodos casi humanos, o al menos de una parte de los humanos, a la hora de emparejarse: El macho se aproxima a la hembra muy dulcemente, la seduce con regalos y permanece junto a ella durante algunos días, los suficientes como para que ella pueda convencerse de que él, va a ser un buen padre cocodrilo.



Es justo entonces, y nunca antes cuando la hembra, que es la que decide el momento, se acerca y se coloca derecha y quieta, su compañero se sube encima y su ¡!doble!! pene, (aquí el mismo gesto de admiración.. y el mismo largo suspiro de ayer), busca el orificio de su amada que ya ha empezado a segregar un líquido que favorezca la penetración.



Unas pequeñas sacudidas son lo único que indicarán que están llegando al orgasmo, ya que ambos permanecen unidos después y durante un largo tiempo, con evidentes gestos de ternura.



Vamos, que le da al macho cocodrilo por ponerse a fumar después y clavaditos, clavaditos.



Salvo en el detalle del doble pene.. (aquí, otra vez el mismo gesto de admiración.. y el mismo largo suspiro de ayer) que contra eso no hay quien compita.